ATRID

(LA SABIDURÍA DEL GUERRERO)

 

Aquella tarde Atrid me enseñó sus dedos manchados de sangre.

Era el momento que esperábamos, su menstruación.

En mi última ensoñación, se me había revelado como, El Poder de la diosa, se vertía en la madre tierra a través de su sangre.

Y ese poder de lo femenino, podría convertir la fortaleza de los guerreros, en unidad con el Padre.

En impecables.

Subimos al claro, donde la luna se presta al juego del Sol y las sombras enflaquecen a los aparentes.

Formamos un círculo de fuego, protegido por sendas barreras de tierra y alimentado con aceite de yuca.

Y tomamos la planta ceremonial.

Atrid sentada desnuda, con sus palmas hacia el Uno, presentaba su sangre como una ofrenda.

Yo, ataviado con mis mejores galas y las plumas ceremoniales; danzaba en torno a ella al ritmo del pandero y los chenchai.

No tardaron mucho los poderes elementales en presentarse

y el gran espíritu del valle y el hermano viento me llevaron al templo de las diosas acuosas.

“Póstrate desnudo ante el poder de la diosa que te parió”

Y así fui desposeyéndome de todos mis atavíos de poder, mientras una cohorte de guerreros de antaño me acompañaban, hasta quedar entregado ante Atrid,

en ese momento Diosa de entre las Diosas.

Mi cuerpo convulsionaba, cuando sentí a Astrid que me indicaba sentarme.

Atrid se aproximo rodeándome con sus piernas.

Con las piernas cruzadas y los brazos abiertos era un completo sentir, mi cuerpo vibraba en convulsiones.

Entrega, completamente entregado Atrid comenzaba a dibujar en mi glande anillos con su sangre, que continuaba en líneas hasta mi pecho,

en ese momento la vi entregada en una danza sentada, mientras sus dedos flotaban entre sus genitales y mi pecho,

en el cual dibujaba signos geométricos, circulares que me hacían brincar en espasmos.

Ambos entonamos un canto sincopado, que me abría el pecho,

mientras el movimiento de sus caderas introdujo el glande que se encontraba repleto de poder.

Atrid amarrada con sus piernas a mi cintura, me abría el pecho con sus manos y las estrellas del firmamento bajaron al interior de mi cuerpo.

Mientras sus convulsiones y gritos sembraban de luz mis praderas, galopando.

No solamente las fuerzas elementales, el valle, el viento, la gran piedra y la madre gruta, nos acompañaron;

además representantes del mundo de lo invisible, quisieron asistir a la unión del guerrero con la diosa.

Esta danza duró hasta el amanecer

 

 

Auroom